miércoles, 29 de octubre de 2008

Por la riviera Dálmata

A estas alturas estábamos ya en la peor fase de un viaje que es casi siempre cuando ya se va acercando el final. Conforme a lo previsto, desde Zadar nos dirigimos de mañana y por la autopista hasta Split, la segunda ciudad de Croacia y por tanto la gran rival de Zagreb, con la ventaja de ser una localidad costera. No obstante, sus 200.000 habitantes la sitúan a gran distancia de los 900.000 de la capital. De nuevo una mañana luminosa que realzaba el paisaje de la costa dálmata. Entramos en la ciudad sin problemas y de la misma manera localizamos el puerto, nuestro primer destino. Queríamos antes de nada conocer los horarios del ferry a Brac, una de las grandes islas cercanas. La animación en las calles de Split era enorme y las dificultades para estacionar todavía mayores y más una furgoneta como la nuestra de algo más de cinco metros. Pese a ello lo logramos y mal que bien encajamos los horarios ya que íbamos a llegar a Brac, cruzar la isla y tomar otro ferry hasta Makarska y tampoco es que hubiera barcos a todas las horas. El ajuste nos obligó a dar una vuelta rápida por Split, ciudad en la que lo fundamental son los restos del palacio del emperador romano Diocleciano en los que se asienta la totalidad del casco antiguo. Fue en su día un enorme recinto pegado al mar según una reconstrucción en plano que figuraba en muchos carteles, aunque siguiendo la tónica habitual se ha rellenado un buen trozo delante para construir el puerto y el paseo marítimo. Pese a que sólo quedan restos es posible hacerse una idea de lo que fue aquello, un recinto de más menos 200 por 200 metros con una muralla de 28 metros de alto, construido con piedra de Brac y a todo lujo. El resto de la zona antigua se encuentra en las inmediaciones y recorrimos plazas y callejuelas llenas de gente y de tiendas y nos topamos con un mercado de peixe fresco ciertamente surtido y variado. Pese a todo, no captamos en Split el encanto de otras ciudades del periplo, caso de Trogir o Kotor aunque no cabe duda de que el nivel era muy alto y la ciudad tiene cosas realmente interesantes.
A la hora prevista fuimos a tomar el ferry en un puerto en el que el tráfico de pasajeros es prioritario, y no fue tarea fácil. El lugar al que nos enviaron era imposible llegar… porque estaban podando palmeras desde unos camiones que obstaculizaban el paso. Tuvimos que esperar en otro sitio y al final salir pitando ya que el barco salía de un lugar distinto. Un lío, pero sin consecuencias. Desde el mar contemplamos una vista distinta de Split, bastante menos atractiva, de barrios con edificios altos sin interés alguno. En Brac desembarcamos en Supetar y, por error, elegimos la carretera costera, de tercer orden, para dirigirnos a Sumartin. El paseo fue agradable, con vistas sobre valles, el Adriático y atravesando pueblos atractivos y algunos cultivos de vid. Brac es famoso por su piedra blanca, que fue utilizada para construir edificios tan famosos como el Reichtag o la Casa Blanca de Washington, y sus canteras siguen en activo. Algunos aprovecharon el paseo en ferry para marcarse una siestecita. La señora que se ve al fondo de la foto tenía nada menos que seis! niños pequeños que acarreaban de un lado a otro con la mayor tranquilidad en una furgoneta grande, matrícula de Suiza. La idea era comer en Sumartin, pero llegamos a las 14,45 y el ferry partía a las 15.30, aunque con obligación de embarcar un ratito antes. Por tanto, con esfuerzo dio tiempo para una caña rápida en la bonita bahía desde la que se divisaba la costa. Por fin, con hambre, salimos para Makarska, una travesía cortita en la que fuimos consultando los restaurantes que figuraban en la guía. Íbamos a llegar un poco tarde, bien pasadas las cuatro, pero de inmediato empezamos a buscar el Riva, el primero de la lista. Con la suerte del novato tardamos unos minutos en localizar un excelente restaurante, moderno, amplio, bien decorado y con ciertas pretensiones. La segunda sorpresa fue comprobar que estaba abierto aunque, claro, sin clientes.
La encargada nos colocó en una mesa circular y todos dimos por supuesto que era el día de darnos un homenaje. Fuimos un poco más generosos de lo habitual y optamos por pescados a la brasa, entre otras cosas. Lo tasaban por kilos y algunas se fueron con ella para elegirlos. Comimos de cine, no nos privamos de postre y terminamos calculo que al filo de las seis de la tarde muy satisfechos. En uno de los ferrys hubo que meter la fregoneta al revés, como se aprecia en la foto.Aunque nos quedaba una tirada hasta las proximidades de Dubrovnik, donde teníamos reservado alojamiento para las dos últimas noches, paseamos un poco por Makarska, un sitio con un encanto especial. Es una especie de ciudad clásica de vacaciones, algo así como un San Sebastián en pequeño, girando en torno a un elegante paseo marítimo. Dimos varias vueltas, entramos en algunas calles y ya de noche nos pusimos en camino, aunque lo cierto es que por motivos evidentes (la misma hora que en España y situada a varios miles de kilómetros de distancia) oscurece mucho antes. Según la guía está considerada la capital de la riviera dálmata desde hace medio siglo y está orientada sobre todo al turismo. El camino de regreso, bordeando la costa, tuvo un aliciente indeseado relacionado con las de los croatas para la circulación, más exactamente por las locuras que cometen en unas carreteras con un carril en cada dirección. Una y otra vez observamos horrorizados como realizaban adelantamientos en línea continua e incluso en el borde de una curva. Más de una vez estuvimos a punto de presenciar un accidente y no es exageración; adelantaban hasta camiones a otros que iban un poco más lentos, y nosotros viéndolo como en el cine sabiendo que no era una película sino algo real y con el corazón encogido. Al final no pasó nada, pero al día siguiente comprobamos que la suerte a veces se duerme: en la excursión de la jornada final vimos un accidente que acababa de producirse. De hecho, la policía no había llegado todavía y había un follón de cuidado junto a dos coches, uno volcado completamente y con gente en su interior, entre ellos el conductor con pinta de estar muerto. Nos hubiera gustado conocer el índice de siniestralidad del país, pero tampoco en España lo he encontrado. Debe ser parecido al nuestro hace treinta años y tampoco vimos en sitio alguno anuncios de radares para controlar la velocidad. Llegamos a Zaton Mali pasadas las diez de la noche pero después de la opípara comida, sólo cenamos fruta y yogures en la terraza de House Tereza, pegados literalmente al mar, y jugamos la partidita correspondiente.

No hay comentarios: