domingo, 26 de octubre de 2008

Excursión a Mostar

Antes de iniciar el viaje no había consenso con la visita a Mostar. Con el planning preparado por Ana, con vértices en Montenegro por el sur y Zadar y Plivitce por el norte, la entrada en Bosnia suponía un desvío. Juanma, por su parte, insistía e insistía e incluso hablaba de llegar hasta Sarajevo. Al fin se llegó a la solución de compromiso de quedarnos en Mostar y dejar la capital bosnia para mejor ocasión. Era lo más lógico pues la conexión desde Sarajevo a Plivitce se hacía exclusivamente por carreteras de tercer orden que precisaban al menos cinco horas de fatigoso viaje. Salimos de Dubrovnik a primera hora con el mismo magnífico tiempo que nos hizo casi toda la semana.

La costa dálmata es agradecida y vistosa, por lo que con un día claro todos disfrutamos enormemente con el paisaje. Superado el enclave de Num, que permite a Bosnia ver el mar (y poco más, pues no llega a diez kilómetros de ancho) costeamos otro poco antes de desviarnos a Metkovic, donde se encuentra la frontera entre Croacia y Bosnia.Para Juanma supuestamente era terreno conocido pues había estado en 1993 acompañando a un convoy humanitario, motivo por el cual deseaba regresar a Mostar. De hecho llevaba en la mano la fotografía de este edificio derruído que, como se puede ver, seguía exactamente en el mismo estado. Aparte de ello, muchos edificios de la ciudad todavía mostraban cantidad de balazos en sus fachadas. El camino hacia la capital de la Herzegovina se hace bordeando el Neretva en medio de un paisaje de montaña y abundancia de verde. Llegamos sin contratiempos y descubrimos una ciudad claramente diferente a las que habíamos visto hasta entonces en el viaje. Tiene numerosas mezquitas, se ven mujeres cubiertas, las calles están abigarradas y hay un algo de contraste además de un nivel de vida inferior. Una vez aparcada la fregoneta en un parking de superficie (en toda la semana no vimos ninguno subterráneo) por primera vez nos encontramos a gente, niños principalmente, pidiendo limosna. Parecían rumanos o al menos tenían un aspecto cíngaro. Localizamos el famoso puente otomano de piedra, peatonal, el símbolo de la ciudad, una construcción de gran belleza que data de 1566 y que Juanma había pisado en 1993, meses antes de que los croatas lo volaran. Había sido reconstruido con esmero, pero claro, la piedra exterior es nueva, y eso se nota. Era el mismo, pero….El puente y la calle que lo bordea por uno de los laterales del Neretva más algunas de las construcciones cercanas en piedra son patrimonio de la humanidad, merecido sin duda. Sin embargo, el resto de la ciudad, salvo construcciones aisladas (al menos lo que vimos) tiene mucho menos interés. Recorrimos los numerosos puestos comerciales para turistas en la zona y visitamos un pequeño museo donde se recrea el conflicto que enfrentó durante varios años a croatas y bosniomusulmanes en la ciudad, en la que estos últimos llevaron las de perder ante la mayoría croata que contaba con el apoyo indisimulado de la vecina Croacia. La vista del Neretva desde esta parte es de gran belleza y pese a tratarse del mediodía de un lunes la animación era enorme, aunque tenía una explicación que descubrimos al día siguiente consultando las noticias por Internet. Se estaban celebrando elecciones municipales, cuyos resultados, para desconsuelo de la comunidad internacional, confirmaban los criterios étnicos a la hora de emitir el voto. Una pena.

Como teníamos que llegar a Split y después a Trogir, donde habíamos reservado habitación, decidimos comer e irnos. Lo primero no fue sencillo pues no encontrábamos un lugar medianamente adecuado.

Al final terminamos en una especie de casa de comidas un tanto enxebre y bastante cutre, pese a lo cual disfrutamos con un cevacici local que con ensalada y un pan espléndido, pero muy grasiento, nos salió por la friolera de cuatro euros persona. El viaje al baño fue obligado para todos, por necesidad y para contemplar un servicio claramente demodé de cuyas características no daremos detalles; si acaso, verbalmente a quien lo solicite. Enmedio de la ciudad, numerosos parques fueron convertidos en cementerios, por falta de espacio para enterrar a las víctimas de la guerra. Así han quedado. En este caso era un cementerio musulmán.El incidente del día anterior con Zoran tuvo repetición en Mostar, aunque fue de otro tipo. Cuando tras algunos esfuerzos logramos encontrar la carretera de salida topamos con un atasco provocado por varios policías. Sin explicaciones prohibían dirigirse a la frontera croata, obligando a todos los vehículos a desviarse. Tomamos una secundaria e intentamos sin éxito salir más adelante; nos perdimos y decidimos buscar otra carretera preguntando, pero con más voluntad que resultados. Al final, casi milagrosamente, encontramos una de tercer orden que pasaba cerca de Medugori (donde tuvo su cuartel general el contingente español en Bosnia) y después lleva a Croacia. Antes de salir de Mostar habíamos visto una placa en recuerdo del primer militar español muerto aquí, un teniente de nombre Luis víctima de la explosión de un proyectil.
Al llegar a Crocia la carretera discurre varios kilómetros en paralelo a la de la costa que viene del sur, solo que unos cientos de metros más alta por la ladera de unas montañas de cierta envergadura. La configuración del terreno impide que confluyan y gracias a ello disfrutamos de un paisaje majestuoso. Paramos unos minutos en Makarska, donde volveríamos al regreso con más tiempo, y declinamos hacerlo en Split pues era casi de noche. El régimen horario es perjudial para los españoles: tenemos el mismo huso que en Galicia, lo que implica ver amanecer casi dos horas antes pero a las siete de la tarde ya es de noche.
Llegamos a Trogir un poco tarde, ya de noche, y entramos en la isla de Ciovo, a la que se encuentra unida por un puente. Está muy poblada y no logramos llegar a la casa de Josepa, donde habíamos reservado tres habitaciones. Paramos en un super Consum, muy extendido por todo el país, y tras preguntar Juanma a una cajera (que se le dan muy bien) se ofreció a llamar al albergue. Desde allí vinieron a buscarnos. Menos mal, porque el camino era enrevesado.Ocupamos las tres habitaciones de la parte superior de la casa, pero la cosa tuvo su miga. Tras ver la primera habitación por consenso se la adjudicamos a Amparo y Carlos y aquí están en plan tortolitos.Después los demás nos repartimos las dos restantes. Una vez que Josepa nos dejó solos empezaron unas risas estentóreas que no tenían fin, tanto que la dueña subió para ver que pasaba. La despachamos como pudimos ya que era complicado explicarle el motivo y tampoco es sencillo hacerlo por escrito. Y es que la habitación de Carlos y Amparo estaba totalmente decorada en rojo, todo en el mismo color, y con detalles picantes muy graciosos. Incluía un mosquitero del mismo color, los cuadros, toallas, apliques, todo absolutamente. La nuestra estaba en azul y la tercera en verde. Por lo demás, limpia, tranquila y agradable y la dueña un encanto. Enfin, nos echamos unas risas y salimos a ver Trogir y a cenar, pero esto queda para el siguiente capítulo.

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