viernes, 24 de octubre de 2008

Mágico Dubrovnik

El viaje que habíamos previsto para octubre finalmente pudo llevarse a cabo entre los días 4 y 11 de octubre. Seis amigos y en algún caso parientes (Amparo y Carlos, y Juanma y Ana, de Vigo; José y Pili, de Logroño) partimos el sábado día cuatro para la ciudad croata desde Madrid. Teníamos ante nosotros el agradable panorama de una semana dando vueltas por Croacia con excursiones a Montenegro y Mostar. En Dubrovnik habíamos contratado una furgoneta de nueve plazas y lo primero que hicimos al aterrizar fue dirigirnos a la oficina de la empresa HM Rental. Tras el papeleo nos disponíamos a marchar para el hotel cuando José se fijó en que una de las ruedas estaba pinchada. Fue el primer problemilla de la semana, pero la empresa lo resolvió de inmediato. Nos prestaron dos turismos y quedamos a primera hora del día siguiente en el hotel para tomar posesión con retraso de la furgoneta, una Hyundai de magnífico aspecto, muy cómoda y con bastante potencia, que dio un estupendo resultado.
Resuelta, provisionalmente, la incidencia nos dirigimos a Dubrovnik con nuestros estómagos que ya anunciaban que era hora de comer. Minutos después, estábamos en un restaurante de la playa en el vecino pueblo de Cavtat, muy cerca del aeropuero. Fue la primera comida del viaje y no estuvo nada mal. Probamos la ensalada de pulpo, que nos gustó tanto que la repetimos en posteriores ocasiones. Tampoco nos disgustó la relación calidad/precio: por unos quince euros se comía decentemente, por lo que a partir de ese momento entrábamos a los restaurantes sin preocuparnos de los precios. Esta es una imagen de la zona del puerto de Dubrovnik.
Al terminar de comer nos instalamos en el hotel Petka, un tres estrellas digno situado en el puerto de Gruz, a unos dos kilómetros del casco antiguo de . Arquitectónicamente no tiene gracia alguna y es algo así como un prisma tumbado, pero con vistas al mar (no las nuestras, quizás por la tarifa barata que pagamos) e instalaciones renovadas. Aquí están Amparo, Jose y Pili en la puerta. De inmediato partimos para la ciudad vieja, la antigua Ragusa, pues las guías indicaban que las murallas cerraban a las seis de la tarde. Llegamos una media hora antes, pagamos la entrada y empezamos a patearlas. Es difícil describir la vista de una ciudad medieval estupendamente conservada y las fotos son mucho más eficaces. Esta, por ejemplo, es una de las vistas desde la muralla.Tienen una longitud próxima a los dos kilómetros pero no pudimos rematar la faena; un poco después de las seis encontrábamos una puerta metálica que nos cerraba el paso y tuvimos que optar por salir de las murallas callejear. No obstante, tuvimos tiempo suficiente para hacernos a la idea. Pasamos después un rato igual de agradable descubriendo el interior de la ciudad, que es magnífico: callejuelas, iglesias, edificios, todo muy bien conservado con el hándicap de su orientación exclusiva al turismo. Cientos de personas como nosotros daban vueltas y más vueltas mientras comercios y tiendas estaban abiertas pese a tratarse de la última hora de un sábado. Ésta es una de las puertas, la de Pile, que daba entrada a la ciudad antigua.De iglesia en iglesia empezamos a toparnos con bodas, que eran un espectáculo en sí mismas, sobre todo en la especie de manifestación con cánticos en que se reconvertían tras la ceremonia. Vimos al menos tres y una de ellas la seguimos un buen rato; la pareja la componían una chica guapa y con aspecto delicado y una especie de armario, el novio, cuadrado, sin cuello, un auténtico estibador (con perdón del gremio), en cuyas manos la pobre amenazaba con derretirse como la mantequilla. A la salida de la iglesia comprobamos que no era cierto: en las escaleras bailaron juntos ante el regocijo de los invitados mientras cuatro de ellos creaban una atmosfera de estadio de fútbol encendiendo varias bengalas. Pese a todo, como que no se pegaban. Tras varias vueltas arriba y abajo del Stradum, la calle central, repitiendo itinerario en una ciudad pequeña decidimos volver andando al hotel, desdeñando el autobús público, sistema que habíamos empleado por la tarde. En la lejanía observamos una tormenta con rayos y relámpagos, aunque no tanto como pensábamos. Quince o veinte minutos después la teníamos sobre nosotros en un lugar sin protección, por lo que nos empapamos antes de alcanzar a la carrera una marquesina de bus. El diluvio no cesaba y forzosamente tuvimos que recurrir al transporte público. Llegados al hotel buscamos un local abierto en las inmediaciones, en este caso una pizzería un tanto kisch, donde resolvimos la cena. Al acabar no teníamos ganas de recogernos y en el bar del hotel echamos nuestra primera partida de "chinchón", algo que se convirtió en costumbre y repetimos casi todas las noches.
A diario, llegan a Dubrovnik numerosos cruceros que, como el de la foto, se quedan en medio de la bahía y trasladan a sus pasajeros en lanchas para que recorran la ciudad que abandonan sobre las seis de la tarde.En este primer día ninguno nos hacíamos a la idea de que unos quince años atrás Dubrovnik había sido largamente bombardeada por los serbios en una de las guerras en que desembocó la desaparición de Yugoslavia. Vimos carteles detallados donde se marcaba las casas que habían sufrido daños y su importancia. En 2008 parecía inimaginable y muchos menos que esos ataques hubieran provocado 150 muertos y 2.000 heridos. Casi todos los edificios, como el museo militar que aparece en la foto, han sido magníficamente reconstruídos y existen pocas huellas de la guerra, afortunadamente.

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