Esta era nuestra casita de Zaton Mali:
La víspera del regreso nos tomamos el día con relativa calma. Desayunamos en nuestra casa con unas viandas que habíamos comprado el día anterior en Makarska y partimos para la isla de Korcula, de donde es originaria la familia de Marco Polo. Fuimos otra vez recorriendo la costa un tramo y poco después de Stone nos metimos por un brazo de tierra que se adentra en el mar, talmente como si fuera una isla salvo que está conectado a tierra firme. El paisaje se repitió otra vez más: montañas de cierta altura, muchos árboles, escasos cultivos, pueblos pequeños y un mar de fondo de intenso color azul. Como la mañana de nuevo agradable el paseo fue un disfrute. El final del trayecto llegó en el pueblo de Orebic, donde debíamos tomar un ferry para cruzar un pequeño trayecto hasta Korcula. Había dos opciones, un barco que nos dejaba en Korcula, y que por tanto nos permitía cruzar sin coche, y otro que paraba a unos kilómetros y por tanto era obligado llevar el vehículo. Antes dimos un pequeño paseo, pequeño porque casi hacía calor y tomamos una cerveza en una terraza en un primer piso bajo una parra. La curiosidad: había un timbre para llamar a la encargada, algo novedoso pero eficaz. No fue sencilla la elección del ferry ya que los horarios nos confundían y también teníamos que tener presente las horas de regreso. Llegamos a la conclusión de que solo era posible la segunda opción; sin embargo, eran las 12:55, el barco salía cinco minutos después y teníamos el coche a unos 400 metros. Juanma salió a la carrera a por la furgoneta. Llegó enseguida, acalorado, y José la llevó al barco mientras Ana y Juanma intentaban conseguir los billetes. En la taquilla se produjo uno de los momentos más surrealistas de todo el viaje. Estábamos apurados pero dentro del caseto estaba el titular de la plaza hablando por teléfono tan campante. Esperamos unos instantes por cortesía pero luego empezamos a hacerle gestos. Juanma señalaba el reloj, primero con discreción y luego a las bravas mientras Ana lanzaba exclamaciones . Pero nada, el otro a sus asuntos telefónicos y nosotros cada vez más histéricos. Al final Juanma le dio una especie de ultimátum que entendió sin necesidad de traductor. Sin apresurarse finalizó la conversación y nos dió los billetes. Salimos en estampida hacía un barco que estaba prácticamente esperando por nosotros. El viaje fue como los demás en ferry, un paseito muy agradable. En un ratito, como veinte o treinta minutos, estábamos en el apeadero y con el coche salimos para Korcula, una ciudad amurallada junto al mar con un aspecto interesante. Aparcamos en un lugar de pago junto a la zona histórica y para allí nos fuimos. Es una ciudad medieval que, una más, perteneció varios siglos a la república veneciana y que ahora tiene unos 4.000 habitantes. Nada más empezar el paseo topamos en una plaza que parecía la más céntrica con una pizzería con terraza en la calle. Hubo consenso y nos aposentamos para tomar las pizzas y unas cervezas, todo ello muy rico. Antes de reiniciar el paseo descubrimos que en la portada de la iglesia que teníamos enfrente había una imagen del apóstol Santiago con la concha de peregrino. Quedamos sorprendidos. La vimos por dentro, igual que otra capillita cercana y también una torre de lo que fue la casa de la familia de Marco Polo. Esto último fue una pequeña trampa: era de pago y no había nada que ver, pero claro, antes de subir no lo sabes. Después nos tiramos un rato recorriendo callejuelas y visitando tiendas. En una adquirimos unos mapas y algún que otro recuerdo y en otra, especializada en pendientes y atendida por un señor encantador, cayeron unos cuantos. A la hora volvimos al ferry, regresamos a Orebic y vuelta para casa. Queríamos llegar a tiempo de dar el último paseo por Dubrovnik pero antes paramos en Stone. Desde la carretera habíamos visto unas murallas que subían por el monte pero todavía más largas que las de Kotor. Para desgracia de Carlos, paramos y encontramos el sitio para recorrerlas, más bien ascenderlas, y la verdad es que tenían una pendiente tremenda. Por el camino nos topamos con un inglés bromista que sentado en el muro hizo como si fuera el cobrador. Una vez arriba disfrutamos de la vista, que incluía unas enormes salinas en la costa y descubrimos una serpiente sobre el muro. De regreso fuimos directos a Dubrovnik pues ya era un poco tarde. Aparcar en la ciudad no fue sencillo y menos con una furgoneta como la nuestra, pero al final la encajamos y nos pusimos a dar vueltas por la villa medieval, ya de noche.Disfrutamos con lo que era la despedida y Ana intentó localizar un restaurante que en uno de los foros que visitó para preparar el viaje recomendaban. Estaba en el puerto y se llama Lokanda… y lo encontró. Fue todo un acierto: tenía dos plantas y subimos arriba, descubriendo un artesonado espectacular y una pared llena de muebles aparadores y detalles de época muy chulos. Cenamos a base de tapas, nutridas y sabrosas, y el consiguiente vino de andar por casa. El precio, pese al lugar, no paso de 14 euros persona. Un chollo.
Volvimos hablando del día siguiente, el último rato antes de ir al aeropuerto. Ana recordó que si se encontraba bien haría la travesía a nado de la bahía, pero no le hicimos mucho caso. A la mañana, a eso de las ocho, se enfundó el bañador y cumplió, para sorpresa de casi todos. Fue toda una exhibición por su parte. A José, que había dudado, finalmente le dio pereza y se quedó en cama, aunque la escena quedó inmortalizada con fotografías aunque apenas se le distinga como un puntito enmedio de la bahía. Y poco más. Hacer las maletas, dar el último paseo, localizar a la patrona, otra chica joven, agradable, que esperó a que fuéramos a pagarle sin controlarnos, con el riesgo de que nos piráramos. Tenía dos hijas pequeñas muy monas y una cara de tristeza sobre la que especulamos. Con nosotros habían pasado la noche unos ingleses que fumaron y bebieron, ambas cosas de manera abundante. Nos dijeron que al día siguiente llegaban unos cuantos amigos para pasar allí una semana, como habían hecho otras veces. A la hora fuimos al aeropuerto, devolvimos la fregoneta (sin problemas), embarcamos y para Madrid. Al llegar, José y Pili se fueron al bus de Logroño y los demás esperamos el enlace con Vigo mientras comentábamos lo bien que lo habíamos pasado durante la semana. En secreto, seguro que todos pensábamos: ¿cuándo será la siguiente? Lo más pronto que podamos, con toda seguridad. Fotos a tutiplén aquí y aquí.
A estas alturas estábamos ya en la peor fase de un viaje que es casi siempre cuando ya se va acercando el final. Conforme a lo previsto, desde Zadar nos dirigimos de mañana y por la autopista hasta Split, la segunda ciudad de Croacia y por tanto la gran rival de Zagreb, con la ventaja de ser una localidad costera. No obstante, sus 200.000 habitantes la sitúan a gran distancia de los 900.000 de la capital. De nuevo una mañana luminosa que realzaba el paisaje de la costa dálmata. Entramos en la ciudad sin problemas y de la misma manera localizamos el puerto, nuestro primer destino. Queríamos antes de nada conocer los horarios del ferry a Brac, una de las grandes islas cercanas. La animación en las calles de Split era enorme y las dificultades para estacionar todavía mayores y más una furgoneta como la nuestra de algo más de cinco metros. Pese a ello lo logramos y mal que bien encajamos los horarios ya que íbamos a llegar a Brac, cruzar la isla y tomar otro ferry hasta Makarska y tampoco es que hubiera barcos a todas las horas. El ajuste nos obligó a dar una vuelta rápida por Split, ciudad en la que lo fundamental son los restos del palacio del emperador romano Diocleciano en los que se asienta la totalidad del casco antiguo. Fue en su día un enorme recinto pegado al mar según una reconstrucción en plano que figuraba en muchos carteles, aunque siguiendo la tónica habitual se ha rellenado un buen trozo delante para construir el puerto y el paseo marítimo. Pese a que sólo quedan restos es posible hacerse una idea de lo que fue aquello, un recinto de más menos 200 por 200 metros con una muralla de 28 metros de alto, construido con piedra de Brac y a todo lujo. El resto de la zona antigua se encuentra en las inmediaciones y recorrimos plazas y callejuelas llenas de gente y de tiendas y nos topamos con un mercado de peixe fresco ciertamente surtido y variado. Pese a todo, no captamos en Split el encanto de otras ciudades del periplo, caso de Trogir o Kotor aunque no cabe duda de que el nivel era muy alto y la ciudad tiene cosas realmente interesantes.
A la hora prevista fuimos a tomar el ferry en un puerto en el que el tráfico de pasajeros es prioritario, y no fue tarea fácil. El lugar al que nos enviaron era imposible llegar… porque estaban podando palmeras desde unos camiones que obstaculizaban el paso. Tuvimos que esperar en otro sitio y al final salir pitando ya que el barco salía de un lugar distinto. Un lío, pero sin consecuencias. Desde el mar contemplamos una vista distinta de Split, bastante menos atractiva, de barrios con edificios altos sin interés alguno. En Brac desembarcamos en Supetar y, por error, elegimos la carretera costera, de tercer orden, para dirigirnos a Sumartin. El paseo fue agradable, con vistas sobre valles, el Adriático y atravesando pueblos atractivos y algunos cultivos de vid. Brac es famoso por su piedra blanca, que fue utilizada para construir edificios tan famosos como el Reichtag o la Casa Blanca de Washington, y sus canteras siguen en activo. Algunos aprovecharon el paseo en ferry para marcarse una siestecita. La señora que se ve al fondo de la foto tenía nada menos que seis! niños pequeños que acarreaban de un lado a otro con la mayor tranquilidad en una furgoneta grande, matrícula de Suiza. La idea era comer en Sumartin, pero llegamos a las 14,45 y el ferry partía a las 15.30, aunque con obligación de embarcar un ratito antes. Por tanto, con esfuerzo dio tiempo para una caña rápida en la bonita bahía desde la que se divisaba la costa. Por fin, con hambre, salimos para Makarska, una travesía cortita en la que fuimos consultando los restaurantes que figuraban en la guía. Íbamos a llegar un poco tarde, bien pasadas las cuatro, pero de inmediato empezamos a buscar el Riva, el primero de la lista. Con la suerte del novato tardamos unos minutos en localizar un excelente restaurante, moderno, amplio, bien decorado y con ciertas pretensiones. La segunda sorpresa fue comprobar que estaba abierto aunque, claro, sin clientes.
La encargada nos colocó en una mesa circular y todos dimos por supuesto que era el día de darnos un homenaje. Fuimos un poco más generosos de lo habitual y optamos por pescados a la brasa, entre otras cosas. Lo tasaban por kilos y algunas se fueron con ella para elegirlos. Comimos de cine, no nos privamos de postre y terminamos calculo que al filo de las seis de la tarde muy satisfechos. En uno de los ferrys hubo que meter la fregoneta al revés, como se aprecia en la foto.Aunque nos quedaba una tirada hasta las proximidades de Dubrovnik, donde teníamos reservado alojamiento para las dos últimas noches, paseamos un poco por Makarska, un sitio con un encanto especial. Es una especie de ciudad clásica de vacaciones, algo así como un San Sebastián en pequeño, girando en torno a un elegante paseo marítimo. Dimos varias vueltas, entramos en algunas calles y ya de noche nos pusimos en camino, aunque lo cierto es que por motivos evidentes (la misma hora que en España y situada a varios miles de kilómetros de distancia) oscurece mucho antes. Según la guía está considerada la capital de la riviera dálmata desde hace medio siglo y está orientada sobre todo al turismo. El camino de regreso, bordeando la costa, tuvo un aliciente indeseado relacionado con las de los croatas para la circulación, más exactamente por las locuras que cometen en unas carreteras con un carril en cada dirección. Una y otra vez observamos horrorizados como realizaban adelantamientos en línea continua e incluso en el borde de una curva. Más de una vez estuvimos a punto de presenciar un accidente y no es exageración; adelantaban hasta camiones a otros que iban un poco más lentos, y nosotros viéndolo como en el cine sabiendo que no era una película sino algo real y con el corazón encogido. Al final no pasó nada, pero al día siguiente comprobamos que la suerte a veces se duerme: en la excursión de la jornada final vimos un accidente que acababa de producirse. De hecho, la policía no había llegado todavía y había un follón de cuidado junto a dos coches, uno volcado completamente y con gente en su interior, entre ellos el conductor con pinta de estar muerto. Nos hubiera gustado conocer el índice de siniestralidad del país, pero tampoco en España lo he encontrado. Debe ser parecido al nuestro hace treinta años y tampoco vimos en sitio alguno anuncios de radares para controlar la velocidad. Llegamos a Zaton Mali pasadas las diez de la noche pero después de la opípara comida, sólo cenamos fruta y yogures en la terraza de House Tereza, pegados literalmente al mar, y jugamos la partidita correspondiente.
Pasamos la noche a seis kilómetros de la entrada del parque nacional más conocido del país, en un apartamento de tres habitaciones con un enorme salón y una gran cocina en una casa rural en la que solo estábamos nosotros. Al poco de llegar, fuimos a cenar a un restaurante cercano, opíparamente y a muy buen precio. Antes de acostarnos, cayó la partidita de rigor en la gran mesa de la cocina. Los dueños de la casa, una vez más una pareja joven, vivían en una vivienda anexa y ella trabaja durante el día en el propio parque. Por tanto, lo conocía bien y antes de partir nos explicó la mejor manera de recorrerlo. Previamente nos dió de desayunar correctamente con la propina de una bolsa con manzanas de su cosecha muy sabrosas. Así que sobre las ocho y media de la mañana ya estábamos en el parque. Al principio chispeaba un poco pero después el día resultó estupendo.El parque es un gran recinto formado por 16 lagos escalonados, unidos por cascadas impresionantes, no tanto por su altura, en la mayoría de los casos, sino por el conjunto que integran la vegetación y el agua en medio de montañas. Una de sus características más sobresalientes es el color esmeralda de las aguas, tal vez por la composición mineral del fondo. En uno de los extremos hay un cortado de roca impresionante y más cuando lo vimos nosotros: en gran parte está recubierto por una especie de yedra de hoja caduca, por las fechas a punto de caer y que lucían tonos rojizos. En este lugar se encuentra la cascada más alta de Croacia, con 78 metros, y como todo no se puede disfrutar en su esplendor en octubre supimos que en la primavera es más llamativa al contar con un mayor caudal del agua. Sin embargo, la belleza de los colores del otoño, más avanzado en esta zona que en la costa, fue impagable. El parque es un lugar muy visitado y dispone de amplios aparcamientos. De hecho, pese a las fechas terminó habiendo bastante gente aunque no a primera hora. Después supimos que ese día era fiesta en Zadar. Como en Krka, han instalado paseos de madera por los que recorrimos con comodidad varios kilómetros. Teóricamente se emplean entre cinco y seis horas, aunque a nosotros nos llevó algo menos de cuatro. El paseo, sin embargo, se nos hizo corto de tanto como disfrutamos. No es fácil describir lo que vimos: agua, lagos, cascadas, vegetación y muchos peces, aunque también impresionantes bosques de hayas en su parte más alta. Hicimos multitud de fotos, nos extasiamos una vez tras otra y respiramos un aire de gran pureza.Llegados al final tomamos un autobús para volver al punto de partida ya que hay bastante distancia y toca hacerlo por carretera salvo que hubiéramos desandado todo el camino, que no era el caso.Entre unas cosas y otras se hizo hora de comer y decidimos probar suerte en el parque, y la tuvimos. Existe un enorme restaurante construido en su totalidad con troncos de madera tal cual, al estilo de las cabañas del Oeste americano. En sus diferentes alas cuenta con unas grandes parrillas coronadas por gigantescos extractores, aunque salvo la central, la mayor de todas, estaban apagadas. Éramos bastantes pero no tantos como en el verano, posiblemente. Hacían unos asados de carne "a la campana" pues la ponían precisamente bajo unas grandes campanas de hiero. Una delicia. En este lugar, cuyo nombre no recuerdo, una vez más comimos bien y estupendamente atendidos y valorando la justeza de la declaración del parque como patrimonio natural de la humanidad en 1979. Visto Plivitce el plan trazado imponía dirigirnos a las proximidades de Zadar, donde teníamos reservado alojamiento. Era el que más dudas le había suscitado a Ana y de hecho intentó cambiarlo. Hay que decir en su descargo que el olfato no le falló; si lo hubiera cambiado no habría pasado nada, pero en fin, apandamos con lo que teníamos. Antes de llegar por una vez disfrutamos de una autopista croata, que también tienen, aunque poquitas. Es perfectamente homologable y pagamos el peaje felices. Gracias a ella llegamos a media tarde después de recorrer una zona con muy pocos pueblos y casi ninguna casa o granja desperdigada; en su mayor parte eran bosques luciendo colores otoñales.
De la casa, a pesar de que respondía al sugestivo nombre de "Villa Marina" poco hay que decir salvo que era manifiestamente mejorable no la casa en sí sino su estado de mantenimiento, su decoración (decididamente "kisch") y la circunstancia de que el posadero y la señora del posadero hace tiempo que habían hecho el cursillo para el oficio. Él tenía aspecto de haberle dado al drinking antes de llegar y ella tenía una pinta de cierto destartale y de estar del paisano hasta los ñáñaros. A la hora de irnos a la cama nos despidió con los pies encima de la mesita en un sofá donde fumaba y veía la tele. Un poema. Visto lo visto temíamos por el desayuno, pero no había motivo: fue casi normal. Nos acercamos a completar el día viendo Zadar, una ciudad actualmente con 85.000 habitantes y toda la historia del mundo a sus espaldas. Esta era la plaza de los cinco pozos. Al que hizo la guía no le encantó mucho Zadar pero cuando te ponen las cosas así al final crees que han sido demasiado duros. Era día de fiesta, pues todo estaba cerrado y la gente se dedicaba a pasear. La parte histórica (el resto como todas) está en la punta de un saliente paralelo a la costa, una especie de isla unida al continente, totalmente amurallada y donde en su día el agua llegaba al borde de los muros. Este era el puente de comunicación peatonal.Rellenos posteriores la han alejado para construir una calle perimetral y un gran puerto.Cerca de la zona portuaria han creado un bonito paseo marítimo, con un diseño moderno pero no por ello menos atractivo. Bancos, piedra, vegetación y árboles, iluminación discreta y curiosos juegos de luces en el suelo así como una especie de órgano que funciona al ritmo de las olas. Tras dar varias vueltas y comprobar que las misas que celebraban en las iglesias estaban a rebosar y con gente viendo el servicio religioso desde el exterior buscamos donde reponer fuerzas. Elegimos la terraza de una pizzería donde nos sirvieron unas excelentes ensaladas y cerveza del país, a la que ya le habíamos cogido el gusto. Después, a nuestra fonda a pasar la noche, después de la consabida partidita. La posadera nos ofreció de beber, pero preferimos dejarlo para el día siguiente....
Ninguno de nosotros había oído hablar de Trogir y resultó una auténtica maravilla, llena de plazas y terrazas con muchísimo encanto. Una pequeña ciudad que desde hace once años es patrimonio de la humanidad y que al igual que otras de las que visitamos (Budva especialmente) mantiene una atmósfera medieval en sus callejuelas. La noche que llegamos la recorrimos sorprendidos pero ya era tarde y nos dejamos seducir por uno de los ganchos que buscaban clientes para los restaurantes. Es lo que tiene viajar en octubre: es temporada baja pero los servicios siguen montados; por tanto, no hay colas y la atención mejora sensiblemente. A mayores, los bosques otoñales ofrecen las mejores estampas del año. Muchos de los edificios de Trogir tenían cierto aire veneciano, nada raro teniendo en cuenta que esta zona perteneció, efectivamente, al reino de Venecia.Cenamos muy bien y, una vez más, algún camarero chapurreaba español, lo que terminó dejando de ser una novedad. En el restaurante nos encontramos con tres marinos canarios que también estaban de viaje por una semana. Charlamos un rato y resulta que ya nos habían visto en el avión en el que veníamos desde Madrid. Una gente bastante agradable que encontraríamos nuevamente al día siguiente y en el avión de vuelta.A la mañana siguiente completamos el paseo entrando en la catedral, en la que subimos a la torre para tener una imagen aérea de la ciudad y de la isla de Ciovo, en la que habíamos dormido. También admiramos el patio del Ayuntamiento,del siglo XV.Antes del paseo Josepa nos había obsequiado con un estupendo desayuno al aire libre, en el que disfrutamos del sol de la mañana y de un pan y unos bollos recién horneados. Todo un placer. Abandonamos contentos la ciudad y al salir del párking vimos un cartel en la caseta del cobrador. Era un militar honrado con la palabra "heroj" en gruesos caracteres y no hace falta saber croata para imaginar que se le califica de héroe. Lo habíamos visto en otros lados y Juanma creyó reconocer a Ante Kotovina, un criminal de guerra que ha terminado en el tribunal internacional de La Haya, pero al que muchos croatas, los más nacionalistas, glorifican. Este era el castillo de Trogir. De Trogir partimos para Sibenik con un magnífico ambiente. La guía utiliza calificativos entusiastas para definirla y es, desde luego, una ciudad de 42.000 habitantes atractiva e interesante, pero viniendo de donde veníamos no nos impactó como Trogir. Tiene una plaza magnífica, con su catedral, ayuntamiento y otros edificios, y numerosas callejas medievales. Pese a ello, tras un paseo y después de comprar algo de fruta nos fuimos camino del parque nacional de Krka, un nombre casi impronunciable para nosotros. La ventaja de madrugar es que el día cunde. Hicimos el camino, unos pocos kilómetros, y llegamos a tiempo de recorrerlo antes de comer. Es un sitio precioso alrededor del río del mismo nombre que está protegido en sus 72 kilómetros de longitud, aunque nosotros nos limitamos a ver la zona de las cascadas originadas por la sedimentación de un tipo especial de piedra caliza, al parecer lo mismo que en Plivitce, que veríamos al día siguiente. Por medio de pasarelas de madera han montado un recorrido para que desfilen los turistas con el mejor acceso posible a las diferentes cascadas. En nuestro caso no había problema ya que aunque no estamos solos no había precisamente aglomeración . Al parecer, en verano es una romería y agobían las retenciones cuando la gente hace las obligadas paradas para las fotografías. En total son siete cascadas en un tramo de 800 metros de río, aunque recorrimos varios kilometros dando vueltas bajo un bosque variado sobre los meandros y ramificaciones que forma el río. Un rato excepcional. En la parte final, en una explanada bajo árboles, han montado unos comedores al aire libre donde decidimos reponer fuerzas. En algunos blogs leímos que son caros y con mal servicio; sin duda la experiencia es de gente que fue en temporada alta. A nosotros nos atendieron bien y a un precio razonable. Resuelto el condumio empezamos el viaje hasta Plivitce, donde dormiríamos cerquita del parque nacional más importante y famoso del país. Para llegar tuvimos que recorrer un montón de kilómetros por carreteras de tercer orden al principio y después de segundo, todo un avance. No queríamos llegar muy tarde y lo conseguimos. Así al día siguiente podríamos empezar temprano la esperada visita.
Antes de llegar nos llevamos un buen susto. En uno de los tramos malos de carretera un camión se nos apareció en una curva por nuestro lado; la había tomado a mayor velocidad de la debida e invadió el carril contrario. Si estamos cien metros más adelante hubiera sido un grave accidente en el que habríamos llevado la peor parte. En fin, nos repetimos una vez más que tenemos que estar alerta: malas carreteras y abundancia de conductores irresponsables. Esta es una foto del portamaletas de nuestra "furgo" trotacaminos en la que nos cabían, sin excesiva organización, todas las maletas y los chubasqueros y chaquetas de quita y pón.