viernes, 7 de noviembre de 2008

Despedida en Kórcula y Dubrovnik

Esta era nuestra casita de Zaton Mali:

La víspera del regreso nos tomamos el día con relativa calma. Desayunamos en nuestra casa con unas viandas que habíamos comprado el día anterior en Makarska y partimos para la isla de Korcula, de donde es originaria la familia de Marco Polo. Fuimos otra vez recorriendo la costa un tramo y poco después de Stone nos metimos por un brazo de tierra que se adentra en el mar, talmente como si fuera una isla salvo que está conectado a tierra firme. El paisaje se repitió otra vez más: montañas de cierta altura, muchos árboles, escasos cultivos, pueblos pequeños y un mar de fondo de intenso color azul. Como la mañana de nuevo agradable el paseo fue un disfrute. El final del trayecto llegó en el pueblo de Orebic, donde debíamos tomar un ferry para cruzar un pequeño trayecto hasta Korcula. Había dos opciones, un barco que nos dejaba en Korcula, y que por tanto nos permitía cruzar sin coche, y otro que paraba a unos kilómetros y por tanto era obligado llevar el vehículo. Antes dimos un pequeño paseo, pequeño porque casi hacía calor y tomamos una cerveza en una terraza en un primer piso bajo una parra. La curiosidad: había un timbre para llamar a la encargada, algo novedoso pero eficaz. No fue sencilla la elección del ferry ya que los horarios nos confundían y también teníamos que tener presente las horas de regreso. Llegamos a la conclusión de que solo era posible la segunda opción; sin embargo, eran las 12:55, el barco salía cinco minutos después y teníamos el coche a unos 400 metros. Juanma salió a la carrera a por la furgoneta. Llegó enseguida, acalorado, y José la llevó al barco mientras Ana y Juanma intentaban conseguir los billetes. En la taquilla se produjo uno de los momentos más surrealistas de todo el viaje. Estábamos apurados pero dentro del caseto estaba el titular de la plaza hablando por teléfono tan campante. Esperamos unos instantes por cortesía pero luego empezamos a hacerle gestos. Juanma señalaba el reloj, primero con discreción y luego a las bravas mientras Ana lanzaba exclamaciones . Pero nada, el otro a sus asuntos telefónicos y nosotros cada vez más histéricos. Al final Juanma le dio una especie de ultimátum que entendió sin necesidad de traductor. Sin apresurarse finalizó la conversación y nos dió los billetes. Salimos en estampida hacía un barco que estaba prácticamente esperando por nosotros. El viaje fue como los demás en ferry, un paseito muy agradable. En un ratito, como veinte o treinta minutos, estábamos en el apeadero y con el coche salimos para Korcula, una ciudad amurallada junto al mar con un aspecto interesante. Aparcamos en un lugar de pago junto a la zona histórica y para allí nos fuimos. Es una ciudad medieval que, una más, perteneció varios siglos a la república veneciana y que ahora tiene unos 4.000 habitantes. Nada más empezar el paseo topamos en una plaza que parecía la más céntrica con una pizzería con terraza en la calle. Hubo consenso y nos aposentamos para tomar las pizzas y unas cervezas, todo ello muy rico. Antes de reiniciar el paseo descubrimos que en la portada de la iglesia que teníamos enfrente había una imagen del apóstol Santiago con la concha de peregrino. Quedamos sorprendidos. La vimos por dentro, igual que otra capillita cercana y también una torre de lo que fue la casa de la familia de Marco Polo. Esto último fue una pequeña trampa: era de pago y no había nada que ver, pero claro, antes de subir no lo sabes. Después nos tiramos un rato recorriendo callejuelas y visitando tiendas. En una adquirimos unos mapas y algún que otro recuerdo y en otra, especializada en pendientes y atendida por un señor encantador, cayeron unos cuantos. A la hora volvimos al ferry, regresamos a Orebic y vuelta para casa. Queríamos llegar a tiempo de dar el último paseo por Dubrovnik pero antes paramos en Stone. Desde la carretera habíamos visto unas murallas que subían por el monte pero todavía más largas que las de Kotor. Para desgracia de Carlos, paramos y encontramos el sitio para recorrerlas, más bien ascenderlas, y la verdad es que tenían una pendiente tremenda. Por el camino nos topamos con un inglés bromista que sentado en el muro hizo como si fuera el cobrador. Una vez arriba disfrutamos de la vista, que incluía unas enormes salinas en la costa y descubrimos una serpiente sobre el muro. De regreso fuimos directos a Dubrovnik pues ya era un poco tarde. Aparcar en la ciudad no fue sencillo y menos con una furgoneta como la nuestra, pero al final la encajamos y nos pusimos a dar vueltas por la villa medieval, ya de noche.Disfrutamos con lo que era la despedida y Ana intentó localizar un restaurante que en uno de los foros que visitó para preparar el viaje recomendaban. Estaba en el puerto y se llama Lokanda… y lo encontró. Fue todo un acierto: tenía dos plantas y subimos arriba, descubriendo un artesonado espectacular y una pared llena de muebles aparadores y detalles de época muy chulos. Cenamos a base de tapas, nutridas y sabrosas, y el consiguiente vino de andar por casa. El precio, pese al lugar, no paso de 14 euros persona. Un chollo.
Volvimos hablando del día siguiente, el último rato antes de ir al aeropuerto. Ana recordó que si se encontraba bien haría la travesía a nado de la bahía, pero no le hicimos mucho caso. A la mañana, a eso de las ocho, se enfundó el bañador y cumplió, para sorpresa de casi todos. Fue toda una exhibición por su parte. A José, que había dudado, finalmente le dio pereza y se quedó en cama, aunque la escena quedó inmortalizada con fotografías aunque apenas se le distinga como un puntito enmedio de la bahía.
Y poco más. Hacer las maletas, dar el último paseo, localizar a la patrona, otra chica joven, agradable, que esperó a que fuéramos a pagarle sin controlarnos, con el riesgo de que nos piráramos. Tenía dos hijas pequeñas muy monas y una cara de tristeza sobre la que especulamos. Con nosotros habían pasado la noche unos ingleses que fumaron y bebieron, ambas cosas de manera abundante. Nos dijeron que al día siguiente llegaban unos cuantos amigos para pasar allí una semana, como habían hecho otras veces. A la hora fuimos al aeropuerto, devolvimos la fregoneta (sin problemas), embarcamos y para Madrid. Al llegar, José y Pili se fueron al bus de Logroño y los demás esperamos el enlace con Vigo mientras comentábamos lo bien que lo habíamos pasado durante la semana. En secreto, seguro que todos pensábamos: ¿cuándo será la siguiente? Lo más pronto que podamos, con toda seguridad. Fotos a tutiplén aquí y aquí.

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