lunes, 27 de octubre de 2008

Trogir y cascadas de Krka

Ninguno de nosotros había oído hablar de Trogir y resultó una auténtica maravilla, llena de plazas y terrazas con muchísimo encanto. Una pequeña ciudad que desde hace once años es patrimonio de la humanidad y que al igual que otras de las que visitamos (Budva especialmente) mantiene una atmósfera medieval en sus callejuelas. La noche que llegamos la recorrimos sorprendidos pero ya era tarde y nos dejamos seducir por uno de los ganchos que buscaban clientes para los restaurantes. Es lo que tiene viajar en octubre: es temporada baja pero los servicios siguen montados; por tanto, no hay colas y la atención mejora sensiblemente. A mayores, los bosques otoñales ofrecen las mejores estampas del año. Muchos de los edificios de Trogir tenían cierto aire veneciano, nada raro teniendo en cuenta que esta zona perteneció, efectivamente, al reino de Venecia.Cenamos muy bien y, una vez más, algún camarero chapurreaba español, lo que terminó dejando de ser una novedad. En el restaurante nos encontramos con tres marinos canarios que también estaban de viaje por una semana. Charlamos un rato y resulta que ya nos habían visto en el avión en el que veníamos desde Madrid. Una gente bastante agradable que encontraríamos nuevamente al día siguiente y en el avión de vuelta.A la mañana siguiente completamos el paseo entrando en la catedral, en la que subimos a la torre para tener una imagen aérea de la ciudad y de la isla de Ciovo, en la que habíamos dormido. También admiramos el patio del Ayuntamiento,del siglo XV.Antes del paseo Josepa nos había obsequiado con un estupendo desayuno al aire libre, en el que disfrutamos del sol de la mañana y de un pan y unos bollos recién horneados. Todo un placer. Abandonamos contentos la ciudad y al salir del párking vimos un cartel en la caseta del cobrador. Era un militar honrado con la palabra "heroj" en gruesos caracteres y no hace falta saber croata para imaginar que se le califica de héroe. Lo habíamos visto en otros lados y Juanma creyó reconocer a Ante Kotovina, un criminal de guerra que ha terminado en el tribunal internacional de La Haya, pero al que muchos croatas, los más nacionalistas, glorifican. Este era el castillo de Trogir. De Trogir partimos para Sibenik con un magnífico ambiente. La guía utiliza calificativos entusiastas para definirla y es, desde luego, una ciudad de 42.000 habitantes atractiva e interesante, pero viniendo de donde veníamos no nos impactó como Trogir. Tiene una plaza magnífica, con su catedral, ayuntamiento y otros edificios, y numerosas callejas medievales. Pese a ello, tras un paseo y después de comprar algo de fruta nos fuimos camino del parque nacional de Krka, un nombre casi impronunciable para nosotros. La ventaja de madrugar es que el día cunde. Hicimos el camino, unos pocos kilómetros, y llegamos a tiempo de recorrerlo antes de comer. Es un sitio precioso alrededor del río del mismo nombre que está protegido en sus 72 kilómetros de longitud, aunque nosotros nos limitamos a ver la zona de las cascadas originadas por la sedimentación de un tipo especial de piedra caliza, al parecer lo mismo que en Plivitce, que veríamos al día siguiente. Por medio de pasarelas de madera han montado un recorrido para que desfilen los turistas con el mejor acceso posible a las diferentes cascadas. En nuestro caso no había problema ya que aunque no estamos solos no había precisamente aglomeración . Al parecer, en verano es una romería y agobían las retenciones cuando la gente hace las obligadas paradas para las fotografías. En total son siete cascadas en un tramo de 800 metros de río, aunque recorrimos varios kilometros dando vueltas bajo un bosque variado sobre los meandros y ramificaciones que forma el río. Un rato excepcional. En la parte final, en una explanada bajo árboles, han montado unos comedores al aire libre donde decidimos reponer fuerzas. En algunos blogs leímos que son caros y con mal servicio; sin duda la experiencia es de gente que fue en temporada alta. A nosotros nos atendieron bien y a un precio razonable. Resuelto el condumio empezamos el viaje hasta Plivitce, donde dormiríamos cerquita del parque nacional más importante y famoso del país. Para llegar tuvimos que recorrer un montón de kilómetros por carreteras de tercer orden al principio y después de segundo, todo un avance. No queríamos llegar muy tarde y lo conseguimos. Así al día siguiente podríamos empezar temprano la esperada visita.
Antes de llegar nos llevamos un buen susto. En uno de los tramos malos de carretera un camión se nos apareció en una curva por nuestro lado; la había tomado a mayor velocidad de la debida e invadió el carril contrario. Si estamos cien metros más adelante hubiera sido un grave accidente en el que habríamos llevado la peor parte. En fin, nos repetimos una vez más que tenemos que estar alerta: malas carreteras y abundancia de conductores irresponsables. Esta es una foto del portamaletas de nuestra "furgo" trotacaminos en la que nos cabían, sin excesiva organización, todas las maletas y los chubasqueros y chaquetas de quita y pón.

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