lunes, 27 de octubre de 2008

Espectacular Plivitce

Pasamos la noche a seis kilómetros de la entrada del parque nacional más conocido del país, en un apartamento de tres habitaciones con un enorme salón y una gran cocina en una casa rural en la que solo estábamos nosotros. Al poco de llegar, fuimos a cenar a un restaurante cercano, opíparamente y a muy buen precio. Antes de acostarnos, cayó la partidita de rigor en la gran mesa de la cocina. Los dueños de la casa, una vez más una pareja joven, vivían en una vivienda anexa y ella trabaja durante el día en el propio parque. Por tanto, lo conocía bien y antes de partir nos explicó la mejor manera de recorrerlo. Previamente nos dió de desayunar correctamente con la propina de una bolsa con manzanas de su cosecha muy sabrosas. Así que sobre las ocho y media de la mañana ya estábamos en el parque. Al principio chispeaba un poco pero después el día resultó estupendo.El parque es un gran recinto formado por 16 lagos escalonados, unidos por cascadas impresionantes, no tanto por su altura, en la mayoría de los casos, sino por el conjunto que integran la vegetación y el agua en medio de montañas. Una de sus características más sobresalientes es el color esmeralda de las aguas, tal vez por la composición mineral del fondo. En uno de los extremos hay un cortado de roca impresionante y más cuando lo vimos nosotros: en gran parte está recubierto por una especie de yedra de hoja caduca, por las fechas a punto de caer y que lucían tonos rojizos. En este lugar se encuentra la cascada más alta de Croacia, con 78 metros, y como todo no se puede disfrutar en su esplendor en octubre supimos que en la primavera es más llamativa al contar con un mayor caudal del agua. Sin embargo, la belleza de los colores del otoño, más avanzado en esta zona que en la costa, fue impagable. El parque es un lugar muy visitado y dispone de amplios aparcamientos. De hecho, pese a las fechas terminó habiendo bastante gente aunque no a primera hora. Después supimos que ese día era fiesta en Zadar. Como en Krka, han instalado paseos de madera por los que recorrimos con comodidad varios kilómetros. Teóricamente se emplean entre cinco y seis horas, aunque a nosotros nos llevó algo menos de cuatro. El paseo, sin embargo, se nos hizo corto de tanto como disfrutamos. No es fácil describir lo que vimos: agua, lagos, cascadas, vegetación y muchos peces, aunque también impresionantes bosques de hayas en su parte más alta. Hicimos multitud de fotos, nos extasiamos una vez tras otra y respiramos un aire de gran pureza.Llegados al final tomamos un autobús para volver al punto de partida ya que hay bastante distancia y toca hacerlo por carretera salvo que hubiéramos desandado todo el camino, que no era el caso.Entre unas cosas y otras se hizo hora de comer y decidimos probar suerte en el parque, y la tuvimos. Existe un enorme restaurante construido en su totalidad con troncos de madera tal cual, al estilo de las cabañas del Oeste americano. En sus diferentes alas cuenta con unas grandes parrillas coronadas por gigantescos extractores, aunque salvo la central, la mayor de todas, estaban apagadas. Éramos bastantes pero no tantos como en el verano, posiblemente. Hacían unos asados de carne "a la campana" pues la ponían precisamente bajo unas grandes campanas de hiero. Una delicia. En este lugar, cuyo nombre no recuerdo, una vez más comimos bien y estupendamente atendidos y valorando la justeza de la declaración del parque como patrimonio natural de la humanidad en 1979. Visto Plivitce el plan trazado imponía dirigirnos a las proximidades de Zadar, donde teníamos reservado alojamiento. Era el que más dudas le había suscitado a Ana y de hecho intentó cambiarlo. Hay que decir en su descargo que el olfato no le falló; si lo hubiera cambiado no habría pasado nada, pero en fin, apandamos con lo que teníamos. Antes de llegar por una vez disfrutamos de una autopista croata, que también tienen, aunque poquitas. Es perfectamente homologable y pagamos el peaje felices. Gracias a ella llegamos a media tarde después de recorrer una zona con muy pocos pueblos y casi ninguna casa o granja desperdigada; en su mayor parte eran bosques luciendo colores otoñales.
De la casa, a pesar de que respondía al sugestivo nombre de "Villa Marina" poco hay que decir salvo que era manifiestamente mejorable no la casa en sí sino su estado de mantenimiento, su decoración (decididamente "kisch") y la circunstancia de que el posadero y la señora del posadero hace tiempo que habían hecho el cursillo para el oficio. Él tenía aspecto de haberle dado al drinking antes de llegar y ella tenía una pinta de cierto destartale y de estar del paisano hasta los ñáñaros. A la hora de irnos a la cama nos despidió con los pies encima de la mesita en un sofá donde fumaba y veía la tele. Un poema. Visto lo visto temíamos por el desayuno, pero no había motivo: fue casi normal. Nos acercamos a completar el día viendo Zadar, una ciudad actualmente con 85.000 habitantes y toda la historia del mundo a sus espaldas. Esta era la plaza de los cinco pozos. Al que hizo la guía no le encantó mucho Zadar pero cuando te ponen las cosas así al final crees que han sido demasiado duros. Era día de fiesta, pues todo estaba cerrado y la gente se dedicaba a pasear. La parte histórica (el resto como todas) está en la punta de un saliente paralelo a la costa, una especie de isla unida al continente, totalmente amurallada y donde en su día el agua llegaba al borde de los muros. Este era el puente de comunicación peatonal.Rellenos posteriores la han alejado para construir una calle perimetral y un gran puerto.Cerca de la zona portuaria han creado un bonito paseo marítimo, con un diseño moderno pero no por ello menos atractivo. Bancos, piedra, vegetación y árboles, iluminación discreta y curiosos juegos de luces en el suelo así como una especie de órgano que funciona al ritmo de las olas. Tras dar varias vueltas y comprobar que las misas que celebraban en las iglesias estaban a rebosar y con gente viendo el servicio religioso desde el exterior buscamos donde reponer fuerzas. Elegimos la terraza de una pizzería donde nos sirvieron unas excelentes ensaladas y cerveza del país, a la que ya le habíamos cogido el gusto. Después, a nuestra fonda a pasar la noche, después de la consabida partidita. La posadera nos ofreció de beber, pero preferimos dejarlo para el día siguiente....

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